Volvió Santi Campos en marzo de este año con Cojones tras un periodo de inactividad de más de 2 años. 2 años de retiro que, quienes le seguimos lo suficiente, nunca creímos definitivo. Su regreso suena desprovisto de los corsés de afluencia americana que tanto y tan bien supo transitar Campos en los 20 años (ojo!) de carrera que le preceden. Sorprende (quien diga lo contrario miente) escuchar a un prófugo Santi cantar sobre unas estructuras que pervierten en forma la secuencia clásica estrofa-estribillo. Eso sí, a poco que uno rasque con insistencia las capas de tamizado kraut y arreglos electrónicos, descubrirá sin sorpresa la misma esencia, traviesamente escondida, que abunda en la trayectoria del segoviano. El ex-Amigos Imaginarios se ha soltado con su disco más valiente, un salto sin red que, más allá de juicios simplistas y lecturas superficiales, se antoja perfectamente oportuno ahora para reivindicar su quid en este oficio: talento para escribir CANCIONES.
Santi vuelve a exponerse sin rubor, escribiendo desde las tripas una vez más, pero ahora canta a pecho descubierto, gritando, aullando, cabreado, enajenado y con la mirada del tigre.
Para concebir el artefacto se rodeó de un seguro de vida como Ricky Falkner y un séquito de instrumentistas de distinta procedencia (los Saldariaga, Nacho García, Perarnau o Joel García). Con ellos ajustó las hechuras a unas canciones que nacieron libres y bastardas. Diferentes a todo lo anterior siendo lo mismo. Sin ir más lejos permanece intacta tan palpable su habitual elegancia en la bestial «Fuego» así como la disidencia en «Aire y Plomo». Por citar las menos obvias de entre un trabajo que hoy, aún en septiembre, sigue sonando sin descanso en mi reproductor.
Cumplido, adulación, subjetivismo, percibir verdades, sentir realidades y compartirlas. Aquí hay humo, aquí hay fuego, aquí hay arte. Santi, nunca dejes de crear. Cojones.