Si algunas etiquetas son para echarse a temblar, ante aquéllas que llevan delante el prefijo «post» es mejor salir corriendo. El rock tampoco ha sabido librarse de una denominación tan indeterminada capaz de generar todos los significados que se desee. El término «post-rock», creado por Simon Reynolds a mediados de los años noventa, sin embargo, contiene en su vacuidad su propia y terrible ¿virtud? (que suena a bíblica advertencia): el reino musical fundado por Elvis Presley ya nada nuevo tenía que ofrecer y solo valía aferrarse a patrones pretéritos para repetirlos con mayor o menor gusto, mayor o menor acierto. El crítico pliega las velas, se rinde ante la evidencia e intenta disimular el desastre con neologismos abstrusos en su simpleza. ¿Intenta el crítico salvar el rock o su culo? ¿Estamos, por lo contrario, ante un caso de incapacidad (o falta de riesgo) léxica? ¿No será que se esquiva el análisis del objeto particular con la pretenciosa afirmación de que el rock ha muerto?
No lo esquivaremos aquí e iremos al grano. Tercer disco de Manta Ray, primero sin Nacho Vegas, Esperanza (2000) es, en teoría, un álbum de un grupo de post-rock. Incluso admitiendo que dicha etiqueta sirva, según la Wikipedia, «para describir el sonido de algunas bandas de rock que utilizan instrumentos propios del rock, pero incorporando ritmos, armonías, melodías, timbres y progresiones armónicas que no se encuentran dentro de la tradición del género«, hay cientos de ejemplos que prueban que ese post-rock corre en paralelo, prácticamente, a la historia del rock, con lo que atándonos a esta acepción concreta vemos también —así de triste y radical— que es falsa y no sirve para nada. Escuchemos, pues, los sonidos de la banda asturiana, coproducidos por Kaki Arkarazo, y veamos qué nos ofrecen.
Rita
Los más que dignos Estratexa y Torres de electricidad completarán la discografía de Manta Ray —a la que hay que añadir colaboraciones imprescindibles con Corcobado y Schwarz— antes de separarse en 2008, pero no superarán la obra que ha quedado como santo y seña —justo a la mitad del camino— de la idiosincrasia de un grupo que hizo rock a su manera, sin prefijos (o sufijos) que solo valgan de adorno gratuito. No hay ninguno en Esperanza, y aunque pueda estar de más, terminamos confirmándolo.
Cartografíes
Texto por Gonzalo Aróstegui Lasarte.
Ilustración por Zorro de la Dehesa.